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Australia, la final que lo resume todo

00h38 CET

20/11/2024

Málaga, 19 nov (EFE).- La final del Abierto de Australia del 2022, de un 30 de enero, refleja y resume lo que ha sido Rafael Nadal a lo largo de una carrera que ahora acaba en Málaga, en el palacio de los Deportes José María Martín Carpena.

Ataviado con una camiseta color púrpura y bandana verde. Pantalón blanco. Rafa subió a la red y culminó el punto con una volea a la que el ruso Daniil Medvedev no pudo llegar. Sonrió el balear que tiró la raqueta y cubrió su rostro, su sonrisa, con las dos manos. Brazos en jarra mientras movía su cabeza a uno y otro lado. Incrédulo. Como su palco, presa de la euforia, desatada, feliz y desahogada después de una lucha imposible de casi cinco horas y media y todos los sets posibles para jugar hasta sellar una remontada épica, impensable, sobrehumana.

Se quitó la bandana el balear y fue a la red. Estrechó la mano de Medvedev, que se rindió a la proeza de su rival, y la del juez de silla. Después, tiró otra vez la raqueta a su silla, miró a su box y caminó hacia el medio de la pista. Soltó el puño, una y otra vez, exultante. Feliz. Los brazos al aire. De rodillas, mirada al cielo.

Un extasis más que justificado. El balear que ahora emprende su retirada, firmó uno de los partidos más memorables de sus dos décadas de recorrido. Una remontada épica. Sin parangón. A los 36 años. Que le proporcionó el Grand Slam número 21 de su carrera. Más que Roger Federer y, en ese momento, más que Novak Djokovic también.

Destrozó otra vez previsiones y hundió a la mayoría de las apuestas. No se puede poner uno al otro lado del balear. Siempre vuelve.

Numerosos partidos marcan la carrera del mejor deportista español de todos los tiempos, de uno de los más grandes de la historia en general. Momentos y duelos como el de su debut en Copa Davis, hace poco más de dos décadas, cualquier final de Roland Garros, la final de su primer Wimbledon contra Roger Federer, considerado como el mejor partido de la historia, la final olímpica de Pekín 2008 contra el chileno Fernando González, o el Abierto de Estados Unidos contra el propio Medvedev, donde resucitó después de tener dos sets a favor que el ruso equilibró.

Pero nada comparable a la sensación de recuperar el dominio en un Grand Slam de la forma que lo hizo en Melburne, ese 30 de enero del 2022.

“Es el título más inesperado de mi carrera y de los más emocionantes por todo lo que he vidido en los últimos meses”, reconoció Nadal. “No voy a decir si es una de las mayores gestas del deporte, eso no me toca analizarlo a mí, pero sí que soy consciente de la dificultad que ha tenido el proceso. Estaba tan destrozado que no podía ni celebrar”.

Convertido aquél día, con 35 años y 241 días, en el cuarto jugador de más edad en ganar el Abierto de Australia después de Ken Rosewall, Mal Anderson y Roger Federer, celebró un triunfo que se cerró con 2-6, 6-7, 6-4, 6-4 y 7-5 después de cinco horas y 24 minutos.

Fue épico. El español perdía por 6-2, 7-6, 3-2 y 0-40, con su saque en contra. Estaba en la lona, aparentemente resignado a su suerte.

Esta vez parece que no… pero otra vez, sí.. como tantas y tantas veces. Una remontada épica, legendaria, que refleja el talante del mallorquín en la pista y resume a la perfección lo que ha sido una carrera difícil de superar. Cargada de contratiempos, de supervivencia, de éxitos a pesar de todo. De ambición, de competitividad, de fe, de no darse por perdido, de lucha hasta el final. De caer y levantarse.. de resucitar.

Porque Nadal fue todo eso. Irreductible. Rebelde ante la adversidad, respondón ante el dolor. El balear llegó al primer Grand Slam de la temporada tras cinco meses sin pisar una pista para competir y con las secuelas del covid aún en su cuerpo.

Entonces ya se especulaba con la posible retirada. Las dolencias rodeaban más y más a Nadal que ese mismo año ganó, meses después, Roland Garros, su éxito grande número veintidós. El último. Fue impensable aquél año en el que demostró otro renacer y seguir dispuesto para la pelea, para la vigencia y la competitividad.

Meses después cerró el año y ya, a partir de entonces nada fue igual. La pesadilla del 2023 y un intento tras otro de vuelta en el 2024, el del final.

Santiago Aparicio


Doloroso adiós

Málaga, 19 nov (EFE).- Una pequeña rotura muscular, un microdesgarro en la pierna izquierda tras el encuentro frente a Jordan Thompson, en el torneo de Brisbane, el primero del 2024, supuso un nuevo frenazo, otro contratiempo a los planes de Rafael Nadal, que pretendía recuperar la normalidad tras un año fuera de la competición a causa de las dolencias y que, otra vez, tuvo que parar.

Fue el principio del fin, de una retirada ‘dolorosa’ y, sobre todo emocionalmente triste por todo lo que supone para el deporte, para el seguidor. Otra vez volver a empezar. De nuevo, los planes hechos añicos.

Nadal ha dicho adiós al tenis después de veintidós años como profesional y de haberse asentado como uno de los mejores deportistas de todos los tiempos. Leyenda en el tenis que además de coincidir con adversarios a su altura, de pujar por el trono con adversarios que también formarán parte del olimpo deportivo, tuvo que lidiar, seria y frecuentemente, con las lesiones que aplacaron en gran parte el desempeño y trayecto del español.

El adiós en Málaga, en la Copa Davis, en el Palacio de los Deportes Martín Carpena es, en parte, consecuencia de las dolencias. Seguramente no estaba, al principio del año, abandonar su profesión. Pero otra vez, una más, la enésima, las lesiones, han marcado el camino del ganador de veintidós Grand Slam.

Asomaron con más frecuencia de lo habitual, con largas temporadas de rehabilitación en el 2022. Pero de nuevo se sobrepuso y de manera inesperada, ganó sus dos últimos Grand Slam. En el Abierto de Australia, en ese encuentro épico ante el ruso Daniil Medvedev en el que tuvo que remontar dos sets de desventaja, y Roland Garros después, el decimocuarto en París.

Pero el 2023 lo cambió todo. Disputó el Abierto de Australia, derrotado por el estadounidense Mackenzie McDonald ya lastrado por una dolencia en el psoas ilíaco de la pierna izquierda y de la que terminó por ser operado meses más tarde, en junio. Se convirtió en habitual su presencia en redes sociales para anunciar su baja de cada próximo evento. Hasta que en mayo, en una rueda de prensa, comunicó un parón indefinido hasta que lograra la recuperación.

No regresó hasta casi un año después de aquél partido de Australia. Lo hizo en Brisbane, para iniciar el nuevo curso. Con el horizonte abierto de par en par.

El destino tenía previsto otra cosa. Tuvo que renunciar al primer Grand Slam de la temporada del 2024 y puso sus ojos en Doha, ya repuesto. Pero tampoco llegó. Era febrero y alargó su recuperación hasta una exhibición comprometida en Las Vegas e Indian Wells. Y luego ya fue para la temporada de tierra, que afrontó sin éxito, limitado, distanciado de los mejores, a otra velocidad.

El runrún del adiós empezó a circular. Ya cada presencia era asumida como la última, cada partido una celebración y tras cada derrota, un homenaje. Así pasó en Barcelona, donde volvió. Cayó en segunda ronda. Y en el Masters 1000 de Madrid, eliminado en octavos frente el checo Jiri Lehecka. Ni siquiera la tierra, la arcilla, a la que tanto dio, correspondía a los deseos de Rafa.

De Roma también se marchó de manera precipitada. Perdió el segundo partido, contra el polaco Hubert Hurkacz. Pero lo más doloroso fue Roland Garros. Por primera vez no pasó de primera ronda batido por Alexander Zverev.

El balear asumía la nueva realidad y buscó una nueva oportunidad en los Juegos de París 2024, su gran ilusión. Llegó con la final de Bastad en la mochila tras caer en el duelo por el título contra el portugués Nuno Borges. Pero la cita olímpic no fue mejor.

La gran expectación que generó, en París, en la Suzanne Lenglet tuvo sabor a despedida. En el cuadro individual ganó al húngaro Marlon Fucsovics pero perdió después contra Djokovic. Y en dobles, el efecto con Carlos Alcaraz se estancó en los cuartos de final, en puertas de la lucha por las medallas.

No hubo noticias de Nadal. Hasta que hace un mes, por medio de un video, hizo público su adiós. En la Copa Davis, en Málaga. Una despedida plagada de dolor. Anímico y físico por todo lo que le quitó.

Casi desde el inicio de su carrera las lesiones han estado presentes en su día a día. La final del Masters 1000 de Madrid del 2005, ante el croata Ivan Ljubicic, fue uno de los más bonitos en la vida deportiva de Rafael Nadal. El publico elevó al máximo, impulsó sin duda con su aliento, al jugador que batalló hasta el final, lesionado, y remontó una pelea épica para lograr el título. Fue un momento imborrable pero también un punto de inflexión, que marcó la carrera, grande, llena de éxitos sin embargo, el jugador de Manacor que ha cerrado su carrera con veintidós Grand Slam.

Fue en octubre del 2005, en el Rockódromo de la Casa de Campo, en pista cubierta, rápida, al mejor de cinco sets como era habitual entonces en los Masters Series, actuales Masters 1000. Sintió como si el mismo escafoides se partiera en dos. Tenía la enfermedad de Muller-Weiss, una deformidad en el hueso -’bultito’ le llama Nadal-. Puso en peligro su carrera. Era el comienzo. Solo tenía un Roland Garros.

Esa dolencia condicionó muchas cosas. Provocó la aparición de otras. Durante mucho tiempo padeció las secuelas.

El balear ha sufrido lesiones en el hombre, tendinitis en ambas rodillas, dolencia en la espalda, lesiones abdominales, en el psoas izquierdo, en las costillas, en la cadera, en las muñecas….

Los datos indican que Rafael Nadal triplica a Djokovic en el número de dolencias sufridas y tuvo diez más que el suizo Roger Federer hasta su retirada. Cuenta el serbio con ocho lesiones significativas que le han hecho ser baja en tres Grand Slam aunque se perdió alguno más en la época del covid 19 y su negativa a vacunarse. Federer asume catorce dolencias que le apartaron de ocho majors. El historial de Nadal es más amplio.El tenista español ha contado con hasta veinticuatro lesiones desde el 2002. Ha sido baja en diecisiete Grand Slam. Aún así, ahí están sus números. Dice adiós por la edad y abocado por las dolencias que tantas veces superó. Cuando el destino quiso y su cuerpo dijo basta.

Santiago Aparicio

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